lunes, 5 de abril de 2010

¿Cómo están ustedes?

Se alza el telón y tras los golpes de la maza empieza la función.
Una persona con cabeza de pepino marca el orden del día. Hoy es importante: han venido 203 de los 350 posibles. Comienza a hablar alguien que tiene una sssss ideológica. Tras una intervención aclamada por sus fans, el jefazo levanta el micrófono y se dedica a seguir vaciando de contenido el discurso respondiendo con gracia a su oponente. Sus fanáticos también saben reconocerle su trabajo, le ríen las gracias y le aplauden por si algo les cae en la gorra.
De nuevo, y con “cara de pocos amigos” -créanselo tras esa barba se le ríe la cara-, éste le rebate con reproches, que nadie fuera de esa sala se cree, buscando en un futuro desplazarlo de su asiento dorado. Termina su intervención y el clamor de su bancada atruena la sala. Muchos con los carrillos llenos golpean las maderas al no poder vociferar, saben que a final de mes sus manos se llenarán de monedas de oro, hoy por hoy hechas billetes morados.
El personaje de la maza suelta sus riendas, la coge de nuevo y golpea pidiendo orden, recordando que todo ello esta viéndose por la tele. Le otorga al jefe el turno de respuesta.
Éste tras sonreírse, mientras su oponente parecía decirle de todo, pone cara sería y comienza a pedir su apoyo en todos los temas reprochándole que sus anteriores palabras pecan de deslealtad a la nación. La bancada opuesta murmura, no se preocupen sólo rumian. Y el jefazo llama a la responsabilidad, a la necesidad de hacer un frente común a la situación que vive el país. No crean que se refiere a la imposibilidad de muchos de poder mantenerse económicamente, o la que parece inapreciable cantidad de millones de parados, o que nadie parece encontrar el norte en una sociedad a la deriva, sino que se refiere a que esto que ven en la tele puede calar en la gente y tal vez ya no quieran votarles. Intenta ser lapidario en su última frase pero no consigue nada más que los fanáticos tanto de un lado como de otro abandonen el recinto entre vítores por un lado y abucheos por otro.
La televisión hace un receso en su retransmisión y cuando vuelve parece que todo está calmado. Los segundones, tras haber pastado a gusto, comienzan la resaca del debate.
Alguien pregunta sobre temas menores, la educación, el ministro parece saberse la respuesta, y en unos segundos y tras dos palabras termina su intervención. La cámara vuelve a enfocar al mismo sitio donde antes se realizó la pregunta, pero… un momento, ¡ahora pregunta otro y los de al lado son los mismos! ¡Qué raro! Parece como si quisieran hacer ver que hay gente en un recinto donde resuena el eco. Tras otra inocente pregunta la ministra de agricultura sale airosa con otras dos palabras, ¡qué debate más vibrante!
El hombre de la maza golpea la madera y da por concluida la sesión. Se despide, tras haber cerrado el micro, hasta dentro de dos semanas… tiene negocios a los que atender.
En los pasillos parece haber júbilo generalizado, será porque el paro ha bajado sustancialmente. No creo, un hombre con bandejas de canapés y otro con copas de vino parecen saber la razón del mismo. A las pocas horas, uno ingresó con una dolencia en el brazo, parecía como si alguien hubiera intentado arrancárselo.
En el trascurso de esta función el paro no sólo no bajó, sino que, además de no encontrar ninguna respuesta que lo hiciera al menos mantenerse, subió en un suculento y voraz número.
La verdadera condena de esta sociedad es que en la próxima función a la pregunta del ¿cómo están ustedes? sus señorías no responderán al unísono: “en el paro”.
No debemos olvidar que nuestros votos los mantienen en su “trabajo” y que ellos no dudan en seguir su ritmo de vida sin preocuparse porque nosotros lo tengamos o no.
Abstenerse era un derecho pero empieza a ser una necesidad como la del comer.
Abstengámonos, aunque tengamos ganas de echarlos a patadas.

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